DAVID MANZUR

Por José Chalarca

El nombre de Manzur como el de las ciudades árabes apunta directamente a la leyenda y al ensueño. Y casi toda su obra pictórica es consecuente con la significación ensoñadora y legendaria que entraña su nombre.

Al recorrer de su mano los estadios de su creación se percibe, no sin asombro, que ha logrado esquivar prodigiosamente la atadura del tiempo y la limitación del espacio.

Fiel a la figuración, con apenas un pequeño paréntesis de abstraccionismo y una breve estancia en el expresionismo, sus naturalezas muertas, sus bodegones, sus caballeros, sus mártires, sus corceles llegan desde su entonces al ahora convulsionado sin perder un átomo de su frescura original para decirnos que el arte es la única posibilidad de salvación que tiene la condición humana.

Manzur ha estudiado sin desmayo a los maestros del primer renacimiento italiano: Giotto, Cimabue, Fra Angelico, para buscar las fuentes de su color primordial, captado con visión ajena hasta el más insignificante artificio, y sustrayendo a las figuras del rígido hieratismo medieval.

Su sensibilidad y su inteligencia pictórica le han permitido desentrañar el secreto de los grandes artistas europeos de los siglos XIV, XV y XVI, para retomar su temática trayéndola desde los nichos construidos por la historia al inmediato ahora, sin menoscabar ni disminuir su potencial de asombro.

Maestro consumado al término de un oficio que no conoce reposo, Manzur logra hacer asequibles a la vista las sensaciones que sólo se rinden a un tacto refinado: el cristal de las sedas, la suavidad del terciopelo, la adustez de la sarga. Su manejo magistral de la luz permite a quienes contemplan sus cuadros deslumbrarse con el brillo del metal, medir la solidez de la madera, calibrar el timbre de sus flautas, la voz de sus mandolinas y vihuelas, el ritmo de sus atabales y panderos. Manzur ha respondido plenamente a su destino y en la convicción de que la belleza es eterna, trabaja sin pausa para cumplir con su misión de hacerla deseable y disponerla generosamente a los ojos que la contemplan cada hoy.



David Manzur. Nació en Neira, Colombia, 1929. Realizó estudios en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y en el Instituto Pratt de Nueva York. Entre los reconocimientos a su labor artística se destacan: Premio Guggenheim de Nueva York (1961); Beca otorgada por la OEA en el Pratt Graphic Art Center (1964); Premio Segunda Bienal de Coltejer, Medellín (1970); Premio Aplauso, Bogotá, 2001. Su obra ha recorrido importantes galerías de Tokio, Washington, Madrid, Sao Paulo, Chicago, México D.F., Miami y Caracas, y ha sido expuesta en los museos de Arte Moderno de varias capitales latinoamericanas.